lunes, 14 de marzo de 2011


LA SALIDA. José Riveros del libro Cuentos para oir.

Hacia varios meses que estaba encerrado. Quizas fueran ocho o tal vez más.

En la oscuridad, es difícil conservar la noción del tiempo.

Cada dia. se hundia en el olvido las circunstancias que me habían hecho prisionero en aquel cubículo.

Cuando la cosa empezó, supe que no debia dejarme arrastrar por la aterradora inactividad a la que estaba sometido y que, como había leído en cien historias de atrapados, tenía que mantener activa mi cabeza, con ejercicios mentales, con recuerdos minuciosos de mi vida anterior.

De cómo había caído alli, creyendo morir, para luego ir sobreviviendo milagrosamente todo ese tiempo. Recuerdos de mi vida antes del incidente, (¿o quizás fue un accidente?);mi familia, mis hijos (¿los habré tenido realmente?);mi trabajo, (¿de qué trabajo hablo?).

A esta altura, nada de eso llegaba con claridad a mi conciencia. era como si, sin haberse perdido, esos recuerdos hubieran ido a dar al fondo de una bolsa que guardaba celosamente, pero de la que no podia sacar nada.

¡Que ironia! Ahora que vislumbraba mi salvación, me asaltaba el miedo de tener que empezar desde cero en el mundo de los vivos.

Ya una vez lo había intentado, pero desistí al darme cuenta de que no tenía fuerzas suficientes; pero últimamamente tenía la impresión de que el recinto donde me alojaba me oprimía cada vez más: tenía que tratar de salir de alli antes de morir sofocado.

Había estado sintiendo voces, los últimos días. Sonaban cerca, cada vez más cerca, del otro lado de las paredes. Todo esto, y una especial excitación, hicieron que hoy de mañana realizara el intento definitivo. Era mi última chance. Empujando, forcejeando, soportando los obstáculos con las piernas y la cabeza, ya que mis brazos casi no me respondían, fui acercándome a lo que pensaba era la salida, cada instante desesperado, con el horror de quedarme a mitad de camino si no venían a tiempo en mi ayuda.

Creo que fue gracias a mi desesperación que al fin, después de interminables esfuerzos, logré salir.

La primera luz hirió mis ojos, mientras manos amigas me auxiliaban. Mi cuerpo se fue deslizando afuera, casi suspendido en el aire por mis salvadores...

Hubo exclamaciones...Hubo suspiros.

Cabeza abajo y como ahogado, me vi rodeado de un círculo de máscaras sonrientes. Las potentes luces destacaban el blanco ropaje de los hombres.

Una cara grande, rubricada por un bigote espeso, se me acercó. Su voz sonó como un trueno:

-Señora, es un hermoso niño, como puede ver.

Quise gritar, decir que era yo, pero todo lo que pude hacer cuando me dieron la palmada fue pegar un berrido infantil que deparramó más sonrisas por la sala.

De todos modos, ahora ya no me importa, porque al fin y al cabo puedo empezar otra vez.

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